Por Armando Roa
Mis agradecimientos especiales al compositor norteamericano George Crumb, en cuya obra se inspiraron muchas de las páginas de este libro, por su gentil autorización para reproducir fragmentos de las partituras de Once ecos de otoño, La noche de las cuatro lunas, Los ángeles negros y Macrocosmos, volúmenes I y II.
Armando Roa Vial
Para Ezra Pound
In memoriam Canto LXXXI
“Todo poeta debe aventurarse por catacumbas infernales, igual que Orfeo,
para que Eurídice vuelva a la luz”.
Cfr. Friedrich Georg Junger
¿Habrá remordimiento en ese golpe con el que mancillamos al inocente?
¿Habrá polvo que podamos exhumarle a la muerte?
¿Revolcaremos oraciones en el hollín de los templos?
¿Insistirán nuestras lágrimas en su caída como granos de arena en el reloj?
Amado Dios innombrable
que pastas sobre el destino de los hombres.
¿Cómo puede sostenerse nuestra esperanza más allá de toda esperanza?
Amado Dios innombrable que despliegas tu corazón en el corazón de la congoja humana:
levántate y recógenos, aunque nada te turbe.
Que se haga tu palabra, aunque reneguemos de Ti. Despiértanos de nosostros mismos,
afiebradas pesadillas que orbitan las noches de tu mente insomne.
de: Zarabanda de la muerte oscura/Ejercicios de Filiación.
In memoriam Paul Celan Es war Erde in ihnen, und sie gruben.
AHOGA CADA IMAGEN.
Haz de la palabra tu propia soga.
Y cumple gozosamente la sentencia.
Déjate cubrir por esa sombra
que ya descorre su telón en el patíbulo. Eres el mejor de los verdugos.
Aquel espejo rebosante de rencor. Con mirada atenta te va apagando. Más allá de toda restricción.
Con todos esos gestos vaciándose de ti, agolpándote en la decrepitud,
despoblándote entre “suspiros breves y espaciados”: aguas servidas,
sufragio para nuevos naufragios. Para que vayas allí a remojarte,
a zambullirte con todas tus sombras,
con todos los afluentes de ese corazón tuyo aún blindado por el miedo.
Desde su “fondo sin fondo” irrumpes una y otra vez,
sin saber de adónde vienes o vas. Bajo el peso de tanta incertidumbre la vida se te escurre en apenas
un abrir y cerrar de ojos.
Ignoras quién es “ese otro que se tiende a morir” en la “penumbra hueca” de tu rostro.
Zarabanda de la muerte oscura/Ejercicios de Filiación.
Levántate y contempla
los abalorios que rodean tu cripta, Julius Sordello; deja que la muerte siga aflojando
las últimas hebras zurcidas a tu carroña.
¡Ay, cuánta tiniebla irrigando tus noches!
¡Qué pesares has tenido!
Ese mundo cautivo, el agobio de una muerte en vida que te enluta sin remisión.
Sí, soy testigo de todo esto, en la “hora más muda,
cuando las voces silenciosas de los muertos” van usurpando mis baldíos senderos.
¿Acaso crees que alguien bajará por ti? Eres sólo aposentaduría de gusanos que todo lo turban y espantan, embajadores del miedo,
arquitectos de la sombra, inoculadores de la ruina,
allí apilados tras el polvo de los muros, empapando cada gesto tuyo
con el sudor de esa nada tan próxima al parto.
No lo ignoras: te desperdiciaste en vida desahuciando sueños e ilusiones.
Allí esperaste brindar ese póstumo saludo, la triunfal bienvenida a tu derrota.
¿Quién habrá de avalarte, amigo Julius?
¿Yo mismo? ¿Contra cuál de todas tus heridas?
¿Qué frutos serán míos?
¿Apenas el cadáver de un amor encallado en el corazón de las tinieblas?
(El corazón, ese otro sudario, ese otro abismo).
Tu insolente soledad a nada te entrega.
Te hundes
en el sombrío límite
de ese cuerpo viciado por las crecidas de la muerte, ese rostro borrado de todos los rostros,
carne escoriada que solo se sabe perpetuándose en lo imperpetuable. Nada esperas ya del reino de este mundo, desangrado bajo la liturgia
de unas cuantas palabras cuyos fúnebres testimonios
“no pudieron detener esas manos que cerraron tus ojos para siempre”.
¿Los abalorios? ¿El espejo?
¿El polvo revolviéndose en el mármol?
¿Aquel crucifijo atesorando llagas y clavos?
¿Aquello que alzas para hundirte?
Aquí todo parece haberse consumado irrevocablemente. “Las almas depuestas,
cobrando del amor un banal precio“.
«Amar es más espeso que olvidar y más tenue que recordar».
¿Un lugar donde se abandona la esperanza, según dicen?
Oh Julius: si al menos murieras enteramente esa muerte inapelable que no cesa de tronchar.
¿Escapar? ¿De ti? ¿De otro?
¿Quizá de la sorda congoja de esa sombra aún enamorada de tus huesos,
una sombra que no habrá de apartarse aunque la muerte prosiga multiplicando su horror en tu cuerpo?
Recuérdalo bien:
por más que adornes tu cadáver –muerte en perpetua floración– nadie pedirá por ti.
Ahora que la muerte, a ritmo de entierro,
zarabanda de la muerte oscura, consagra su primavera.
de: Zarabanda de la muerte oscura /Ejercicios de Filiación.
“El SECO ESTAMPIDO DE UN DISPARO”
también puede ser una muestra de fervor, una dádiva consagrada a los dioses, dondequiera que sean.
Observemos religiosamente
el sagrado mandamiento del suicidio.
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LA MUERTE
“asomando como un rayo de luz por debajo de la puerta”.
Después de haberme ordeñado hasta las heces.
Ya enseñoreada.
“Colocando de nuevo sus viejos candados”
SIN TRAZAS NIESTELAS
Las ascuas de mi muerte se enfrían, ahora un mapa sin territorio.
Mi voz se arrodilla murmurante ante el “pantanoso corazón” de Dios
de: Zarabanda de la muerte oscura /Ejercicios de Filiación.
Phillipus
de Arimatea
del otro lado de “las opacas vidrieras del mundo”, sin que nadie lo aguarde ni lo acoja,
con su voz desmantelada
ante ese cuerpo cuya carne vacilante se remansa en un cadáver, “rehusando el alboroto matinal de la luz”,
imaginando que en tiempos oscuros los dioses no huyen, que sólo se esconden en las cosas pequeñas
Y PHILLIPUS RECORDÓ:
“Al vino la sangre. Al pan el cadáver”.
Nada de sacramentos, padre; sólo desfloraciones. Desde la carne, apoteosis de tristeza,
mezquina mi sombra:
ven y apiádate de mí.
Mis palabras, polvo conturbado,
sacuden la voz repicando despedidas. Pero a nadie deploro.
Aunque mi pulso más sombrío se dilate sobre manos extrañas. Aunque el corazón sea destituido bajo la levedad del amor. “Seremos testigos, padre
de nuestra íntima pobreza”.
Entre la vida y la muerte
la escenografía habitual: vidas deshechas, peldaños al precipicio.
De Phillipus de Arimatea a una mujer imaginaria
"Te enseñaré el temor en un puñado de huesos". Apurando tu cadáver.
Mendigando el “follaje marchito de tus años sin objeto”. Bajo una estocada sorpresiva.
Hundiendo tu soledad
en la herida que se alarga cuando abres las piernas
con la retórica viciada del amor,
cuando del amor sólo queda un suspiro pudriéndose en la boca. Ya no apuestas a una prórroga.
Simplemente deseas largar.
Para que la sombra abreve de ti
en el “derrumbadero de todas las almas”.
Para que tu olvido recobre el aliento en la boca exhausta del tiempo.
Créeme que te entiendo.
Tu vida es una acometida tenaz, aunque siempre tronchada:
una orilla que en nada ni en nadie desemboca.
¿Para qué tentar el paraíso?, preguntó Phillipus
¿Para qué qué deponer el mandato de mi cadáver si ni siquiera mis huesos hunden raíces aquí?
¿Para qué convalecer entre tanta soledad?
¿Para qué otra muerte allí donde la vida no se deja caer?
«Donde no hay amor no pronuncies la palabra»
¿Qué sacas con bruñir
los pétalos que abren el nombre
de la “flor aun después de marchita?”
¿Para qué una piel a esa herida que nunca cicatriza?
“¿Para qué ensayas oraciones estériles,
o pensamientos que se alejan para nunca regresar?”
“Humilla tu vanidad, humíllala”
de: Zarabanda de la muerte oscura/ /Ejercicios de Filiación.
Si te abrazan, desecha. Si te acogen, destierra. Si te aman, depone.
No te dejes anegar por el tumulto de pesares que recalan en las orillas inhóspitas de la noche,
allí donde apacientas el “torcido cauce de tus aguas”, afluentes de oscuridades y miedos.
Si te atan, desgarra.
Si te absuelven, disuelve. Si te eligen, disgrega.
No dejes que el amor fermente en ti su “rencor inagotable”
de “fantasma embalsamado” que se agita en lo irremediable apurando el deterioro.
¿Para quién estos pesares?
¿Un simulacro de insidiosa soledad?
¿ La muerte con su estocada a quemarropa devorando para ser devorada?
¿ La desdicha de los hombres?
Los poetas advierten (sic maese Holan) al esculpir los elementos de la noche: "Vas abierto de par en par
y, sin embargo, eres de pronto abatido por la gigantesca realidad
de las cosas que fueron soñadas".
Porfía tu cadáver en el lecho mortuorio de esa vida que a nada llega.
Porfíalo y agótalo,
“testigo por el que nadie testimonia”, retoño del polvo.
Cuando ya no queden voces zurcidas a tu boca. Cuando ya no haya sílabas que lloren tu muerte, (así de áspero es el verso)
tu muerte sin nadie.
de: Zarabanda de la muerte oscura/ /Ejercicios de Filiación